LA ESTRELLA DE SAMARCANDA: UNA HISTORIA DE EXILIO (IV)

Poco le duró el trabajo a Max. Su descomunal físico, agraciado también por su natural simpatía, le hacían gozar de gran popularidad entre sus compañeras. Nada hubiera sucedido de no ser porque la principal atracción del establecimiento, la cantante Fedora, se enamoró locamente de él. Max nunca llegó a corresponderla pero no quiso privarse del goce que le proporcionaba en la cama. Añádase a este hecho la poderosa afición de la rusa al vodka y se comprenderá la merma que sufrieron sus actuaciones.

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A los desentones iniciales les siguieron las primeras lloreras, hasta que sufrió un súbito desmayo mientras se esforzaba inútilmente en alcanzar la nota más alta en su estridente versión de “Granada”. A la calle fueron, pues, la amante beoda y su objeto del deseo. Músculo barato y belleza sin talento sobraban en la ciudad. Unidos por la común desdicha, buscaron alojamiento compartido en un tugurio de Bebek. En menos de una semana, Max ya la estaba chuleando para poder llegar a fin de mes.

Fue en ese momento cuando Sergei Wyrubov entró en su vida. El anciano caballero, en agradecimiento y en vista de que Wrangel estaba dispuesto a todo con tal de hacerse con el tesoro, ofreció al ucraniano el puesto de guardaespaldas. Éste no sólo aceptó sino que convenció a Sergei de la necesidad de constituir un cuerpo de seguridad en derredor de su persona y la de Silvie a fin de salvaguardarles de cualquier peligro. La tarea no revistió excesiva dificultad para un Max que se conocía al dedillo los entresijos de los bajos fondos de Estambul. Su dinamismo y capacidad de liderazgo entusiasmaron a Wyrubov quien, en breve plazo, se vio dirigiendo los destinos de un pequeño regimiento de mercenarios afectos a su causa, capitaneados diligentemente por Max Rezhov.

Las previsiones del ucraniano se probaron certeras cuando Wrangel lanzó un segundo ataque – tras una serie de veladas advertencias telefónicas – contra Sergei, y que fue igualmente rechazado por Max y sus hombres. Ni que decir tiene que el nuevo escolta de Bogatir no pudo disimular su curiosidad por más tiempo e inquirió a su patrón acerca de las razones del interés del viejo Piotr por su persona. Wyrubov hubo de confesarle la verdad y, ceremonial como siempre, le confió la existencia del tesoro previo juramento de lealtad. Max se conjuró delante de un icono representando a Nuestra Señora de Yaroslavl, y en nombre de todos los santos habidos y por haber, a defender con su vida el secreto de la Estrella hasta llegada la hora del levantamiento final.

Continuará…

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