SOBRE MÍ

SOBRE MÍ-FOTOSobre mí… Sobre mí pende el mismo cielo que sobre ti, que sobre todos nosotros. Sin llegar a alcanzar el gran orbe donde reina el dios vacío y negro, justo aquí encima, sobrevolándonos continuamente, cuelga este cielo cambiante y juguetón que tan pronto se nos muestra azul indiferente como caprichoso opalescente. Es entonces cuando descarga su furia ingenua, escupiendo sobre nuestra propia insignificancia.

Ahora que el horizonte se presenta más oscuro que nunca, en un momento en el que viejo NO FUTURE suena a certeza absoluta, me vienen a la cabeza las notas de la Varsoviana. Como un viejo chocho canto para mis adentros aquello de las negras tormentas agitando los aires, las oscuras nubes impidiéndonoslas ver y aunque nos espere el dolor y la muerte… ¿contra quién? ¿Contra quién nos llama el deber? Supongo que la respuesta a esa pregunta cada día está más clara.

Ya sobre mí, como preposición propositiva, poco hay que decir. Como en todo buen relato dickensiano, nací en una familia de clase baja. Ninguno llegamos a alcanzar el metro setenta. Humildes mis progenitores, eso sí, obreros orgullosos de esos que en silencio y sin pausa construyen el futuro para los suyos e, indirectamente, para el resto. Nací con el baby-boom de comienzos de los 70, un añito antes de que la palmase el dictador fascista más longevo de Europa. Como a tantos de mi generación, se nos negaron algunas oportunidades y se nos ofrecieron muchas más. Embobado por una adolescencia de confuso punk, yo desperdicié sistemáticamente, una tras otra, todas aquellas que se me brindaron.

Pero se me había bendecido con el privilegio de una buena educación – poderoso regalo con el que encarar bien armado el tan temido día de mañana – y, por fin, hubo que elegir cómo procesarla a fin de ocupar un lugar en el engranaje laboral. Enamorado desde siempre del noble arte del comic, tenía al viejo Tintin en un pedestal y, por influencia, a la profesión periodística convenientemente idealizada. Me decía que si aquel rubito belga del peinado imposible se había convertido en el reportero más famoso del mundo sin llegar a escribir un solo artículo a lo largo de toda su existencia bidimensional, bien podría yo labrarme un porvenir con un poco más de esfuerzo. Y, por qué no, materializar mi viejo sueño de infancia de convertirme en un escritor.

Así, tras cinco absurdos años de universidad, obtuve mi inútil licenciatura en Periodismo. Tan sólo necesité unos nueve meses de prácticas en un periódico de gran tirada y menor nombre para constatar lo podrido y jodido de un Cuarto Poder que, bien se veía, actuaba como correa de transmisión (y legitimación) de los otros Tres, que ya son sólo Uno. El Grande y Único.

Yo quería escribir, sí, pero estaba claro que aquello no era lo mío. Con un mercado laboral renuente a admitir en su seno a indecisos amantes de las letras, emprendí la típica huida hacia adelante consistente en formarse y reformarse académicamente: cursos, masters, idiomas… En una de estas me llegó la oportunidad de trabajar para las Naciones Unidas en Argentina. Aterrizamos en Ezeiza cuando aun no se habían extinguido las llamas de la insurrección de diciembre de 2001. Quién iba a imaginar que una década después saborearíamos el mismo caldo de cultivo a este lado del charco.

Con la última nota del tango, regresé a una Europa más vieja y peor maquillada que nunca, arrabalera y corrupta, inmisericorde y fullera. Eran los años gordos del Carnaval Liberal, inflados de un gas hilarante que disminuía el tono de nuestra voz hasta hacernos sonar como pitufos sumisos, e incluso a mí se me abrieron las puertas de la prosperidad. Un puestito en las difusas aguas del marketing en una multinacional dedicada a asegurar al ciudadano medio el confort en el hogar.

Pero llegó arrastrándose eso que llaman la crisis, seis letras tras las cuales reconocí al pantagruélico Moloch, que me engulló como un vulgar canapé, despojándome de ocupación y de ingresos.

Frisando los cuarenta, comencé a sentirme como un Charles Ryder revisitando Brideshead, sólo que pobre y sin encanto ni apostura, en medio de una guerra estúpida en la no conseguía tomar parte.

No, había que reaccionar…

Esta es la mía, me dije. Todo el tiempo del mundo para teclear, amigo, y además excluido, sin trabajo, transitando el Via Crucis que conduce al cadalso de la miseria. Parnaso asegurado, sin subsidios ni renta básica, sin pensión ni amenaza de desahucio. Tan sólo hay que desentumecer dedos y mente.

… y despertar.

Me desperezo, me sacudo las legañas, elevo la vista y contemplo el cielo sobre mí, sobre todos. Espero que pronto se tiña de rojo. Rojo sangre, rojo fuego, rojo esperanza.

7 comentarios en “SOBRE MÍ

  1. Muy bueno Santi. Lo malo es que le has dedicado un excesivo protagonismo, media línea, a un medio metro despreciable.
    De las catarsis, siempre surge algo bueno…y me pega que estás en ese rollo…

  2. Grande querido Santi!!!como parte de tu paso por más los «aires» que las «aguas» de esta multinacional que ha hecho posible que nos conozcamos 😉 me alegro infinito de tu bonito despertar. Me parece un proyecto precioso, que parecesurgir de lo más bajo para llegar a lo más alto. Veo que donde escribes crisis, empiezas a ver oportunidad y me alegra muchísimo!!!! un besazo y mucho ánimo 😉

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